sábado, 29 de octubre de 2011

Y nada más.

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¿Quién utiliza el correo convencional en estos días? Tal vez para enviar libros, estados de cuenta y alguna esporádica carta para saludar casi de mano, mejor aún, de puño y letra a un ser ¿querido?

Y añádele tener que ir hasta la oficina de correos a dejar la misiva ¡el horror! Hay que tomar al menos 2 autobuses del transporte público que en sábado se ponen más deprimentes de lo usual. No hay estudiantes ni madres con niños. Hay gente más común y corriente que cualquier otro día. Supongo que entonces está bien que lo use yo.

Es más que notorio que la primavera y el verano quedaron muchas calles atrás donde hay quien se ocupe de los jardines y camellones. Acá las cosas son más naturales. Y eso no siempre significa que sean más bellas. La belleza que conocemos no es natural, es la que nos inyectaron en cuanto pudimos sostener la cuchara. O antes. Que patrañas.

De verdad la gente no se entera de nada. Yo lo hago porque siempre me fijo al cruzar la calle. Siempre le digo por favor y gracias a los choferes. Aunque me hayan bajado una parada después de la que les indiqué cuadras atrás. Aunque haya tenido un ruido infernal a volúmenes excesivos durante todo el trayecto. Seguro su vida es ya de por sí horrible. La gente que escucha la música demasiado fuerte no quiere escucharse a si misma. No los culpo, hace meses que no salgo si no es con altas dosis de música por vía ótica.

Estas calles son cada vez más viejas pero no lo parecen. Cada temporada se renuevan con adornos y gente y pinturas y motivos que la gente no comprende pero sí compra. Si dejara mi carta tirada aquí mismo ¿alguien la leería? Más improbable aún ¿alguien la enviaría? Lo único que le falta son los timbres pero diez monedas bien valen la paz mental. La mía cuesta más. Pero seguro vale menos.

Me gusta caminar por estas calles con los audífonos puestos. Voy dibujando el sonido en los rostros de los peatones y de las palomas y golondrinas. Me detengo y miro hacia atrás de vez en vez para ver si no estoy agraviando con mis desvaríos motrices a alguien. La gente me ve raro, desde siempre. Pero desde que me tambaleo para caminar lo hacen más. Como si un cojo fuera la novedad. Si supieran el tipo de desequilibrios dentro de mi mente, no repararían en mis prótesis, si es que algún deseo de seguir mirando les quedara.

Allá se ve el letrero "orreos". Todo por servir se acaba. Yo más bien pienso que por servir, a uno termina por no importarle nada y simplemente se desprende y se cae al piso. Luego ven que no es cosa de sujeción sino de interés y ese no se adhiere con métodos convencionales. De modo que ¿qué le va uno a hacer? Igual la gente sabe que es "Correos" y de vuelta al círculo: "a nadie le importa".

Solo dos personas para atender una oficina de correos. La única de la ciudad. Y de las dos, ninguna sabe decirme con exactitud cuándo llegaría mi carta a su destino. "Es que no depende de nosotros, joven". Eso ya lo sé. Yo solo quiero una aproximación; la exactitud no me interesa ya más. Con que me de tiempo de poner las cosas en bolsas y llevar los valores al empeño me doy por bien servido. Una semana pareció ser la respuesta más sensata.

Mañana van los de la mudanza, cada vez más extrañados con mis peticiones de entrega a más de una dirección y con la consigna "si no se los reciben, lo dejan afuera". Pero es que esas cosas no son mías, poco a poco las fui acumulando y ahora ya no me sirven. Este será el último viaje y vamos al empeño. El dueño pareció muy complacido de tomar todos los aparatos y hasta el equipo de terapia que está todavía en su empaque de plástico azul. Será por eso que nunca lo abrí, los colores siempre terminan perneándose en mi interior. Ni siquiera estaré monitoreando que el depósito se haga en tiempo. El tiempo y yo tenemos un acuerdo: él me deja en paz y yo lo dejo transcurrir sin presiones. Ya no me interesa.

Caminar a casa será un verdadero martirio para mis ya de por sí amoratados muñones pero qué más da. Para cuando empiecen a doler de nuevo los barbitúricos habrán hecho efecto y estaré durmiendo. Solo tengo que recordar dejar abierta la hornilla más pequeña. La más grande haría demasiado alboroto con los vecinos y todo sería un rotundo fracaso otra vez. Otro fracaso... definitivamente eso es algo que no podría soportar más.

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